¡Jallalla, en buena hora!

Te damos la bienvenida a este sitio web y te invitamos a profundizar en la vivencia religiosa del Norte Grande. Esta experiencia está tejida en las entrañas de nuestro pueblo porque la fe cristiana en estas tierras de raíces andinas, se hizo cultura con innumerables formas de expresión, ritmos, colores y costumbres. Sólo así podemos expresar y guardar nuestra identidad y la fe, pues aquí entre nosotros, la cruz de Cristo se quedó entrañablemente encarnada al sol.

El museo tiene por misión contribuir a fortalecer la identidad religiosa del hombre y la mujer del Norte Grande de Chile, actuando como un foco que contribuya a generar en la comunidad la autoconciencia de su identidad, con el fin de valorar su patrimonio, conservarlo y desarrollarlo en vinculación armónica a la tradición.

La visión del museo se funda desde su contribución al bien social a través de su preocupación por estimular la conciencia de la identidad religiosa en todos los que integran la comunidad patrimonial, como también entre quienes se interesan por ella. La labor del museo se orienta a que la comunidad patrimonial, pueda continuar construyendo su identidad en el tiempo, viéndose fortalecida por su autoconciencia, y así pueda enfrentar los diversos desafíos que implica la globalización y los cambios culturales.

En la década del noventa se realizó la instalación del primer museo del santuario, siguiendo los criterios tradicionales: mostrar las piezas acumuladas en el santuario, principalmente los “ex votos” (objetos recibidos principalmente por promesas y gestos devocionales de los peregrinos). En el año 2000, por motivos de los trabajos de ampliación y restauración del santuario, como de las malas condiciones del lugar, se tomó la decisión de cerrar la sala de exhibición.

En el desarrollo de la segunda etapa del proyecto de remodelación, ampliación y restauración del santuario, se concibió la idea de instalar las dependencias de un nuevo museo en el mismo santuario. Para ello, el año 2002, se escogió hacerlo en el subsuelo, con el fin de no aumentar la superficie de construcción en el exterior, que pudiera quitar espacio para la danza de los Bailes Religiosos. Con los aportes de un pre diseño de la arquitecta Alejandra Pérez, se realizó el proyecto a cargo de don Marco Loyola.

Tras diversas dificultades de financiamiento, se logró que a través de la Ley de donaciones culturales se pudiera concluir la obra gruesa el año 2010; realizar las obras de terminaciones el año 2012; y en el 2014 la continuación del proyecto global con la implementación del museo. La empresa donante por la Ley de Donaciones culturales fue la minera Doña Inés de Collahuasi, SCM.

El museo tiene una superficie de 342 m2, donde el espacio se concibe como un útero que guarda la memoria de la identidad religiosa del Norte Grande. Bajando a las dependencias, se desciende al encuentro con las raíces de lo que ocurre en el hoy de la fe popular nortina, cuya expresión más grande se vive en el santuario. Se busca que aquí, la persona tome contacto con la “vivencia religiosa” del nortino. El museo busca relatar las raíces y los modos que constituyen la expresión de fe del Norte Grande, con el fin que quien forma parte de este patrimonio, se “auto reconozca” recreando y valorando lo que posee; y que aquellos que no lo conocen, puedan conocerlo, valorarlo y respetarlo.

Relatar en el museo el patrimonio intangible de la vivencia religiosa constituye un gran desafío. Con conceptos modernos de la museología, los objetos exhibidos han sido seleccionados sobre la base del “testimonio” que entregan de esta vivencia. Además, se apoya la muestra museográfica en una banda sonora compuesta para el museo como música ambiental, que recoge la música ancestral y los procesos musicales de las fiestas religiosas en el Norte. También se cuenta con algunas pantallas para apoyar con breves videos el relato de esta vivencia.

Las diversas reflexiones que existen en torno a la transformación de la museografía, permitieron descubrir una formulación para el museo que le permitiera enfrentar los desafíos que plantea el territorio y la consciencia del patrimonio por parte de la comunidad. Así se fuimos construyendo el fundamento del museo, y las opciones en torno a un modelo museográfico territorial y comunitario.

El museo es territorial porque se enfoca en un determinado espacio a la valoración de la identidad religiosa. Este espacio es una “territorialidad” que no es sólo geográfica, sino que es ante todo cultural. De esta forma se comprende la territorialidad comunitaria de dos formas: geográfica: El Norte Grande de Chile, enmarcado por las fronteras del Estado de Chile; y cultural, como una territorialidad que es parte integrante del amplio mundo andino, del cual participan los actuales países de Perú, Bolivia, el Norte de Argentina y el Norte Grande chileno. Esta “territorialidad” posee una identidad religiosa con características propias, donde muchas de sus formas de expresión para celebrar la fe, encuentran en el santuario una forma paradigmática, amalgamada por la tradición de una amplia comunidad que posee una identidad religiosa común, cuyo sustrato es andino católico. En este territorio de identidad cultural, el santuario es un centro de identificación de la gran mayoría del pueblo creyente: Es la casa grande de la expresión de la fe nortina.

El museo también es comunitario porque implica a las personas que viven en la territorialidad geográfica y cultural del patrimonio religioso, donde nosotros, no solo somos destinatarios de la misión y visión del museo; si no principalmente gestores de la valoración y relato del mismo patrimonio religioso, implicando con ello todos los procesos de desarrollo del museo: visión, misión, principios, gestión, implementación y administración. En esta lógica, el especialista contribuye con su disciplina a la labor imprescindible de la misma comunidad.

El Museo mantiene el desafío que la comunidad sea la principal gestora de su propio patrimonio, sobre la valoración de una cosmovisión propia y construida con el aporte de las diversas generaciones.

El museo comunitario genera un espacio participativo que permite conjugar las preocupaciones actuales de la comunidad con el ofrecimiento de un espacio de reconocimiento de su propio patrimonio cultural. Esto permite redescubrir y afirmar el valor de su identidad religiosa a través de trabajos de investigación, reflexión, difusión y resguardo. Un trabajo que no es sólo tarea para la comunidad; sino que también un disfrutar de lo que ella es, fortaleciendo su “autoconciencia”, y estimulando a la nueva generación con diversas acciones que contribuyan a potenciar el patrimonio de una identidad religiosa como una vivencia fundamental en el reconocimiento de la identidad.

En un Museo Territorial Comunitario la comunidad “guarda y se encuentra con la memoria de su pasado, con su presente y se proyecta al futuro, siendo un espejo del quehacer (espiritual, social, económico, político y artístico), de las comunidades y lugares donde este patrimonio se resignifica.” Es este tipo de museo el que integra la trilogía fundamental de la nueva museología: territorio-comunidad-patrimonio.

Este museo no se dirige a un mundo distinto, si no en primer lugar, su prioridad está puesta en la comunidad que habita el territorio cultural y que posee y vive su patrimonio.